martes, 21 de junio de 2011

El monje, el dinero y los perroflautas

No hay peor ciego que el que no quiere ver. La Iglesia ha presentado, un año más sus cuentas. Y son impresionantes. Y no porque presuma de dividendos, que no los tiene, sino porque cualquiera que sepa un poco de dineros se dará cuenta que es casi imposible hacer más con tan poco. Sólo un dato: más de tres millones y medio de personas han sido atendidas el pasado año 2009 en los casi 5000 centros asistenciales de la Iglesia. Y eso sin entrar en el ámbito educativo, cultural, universitario, de la conservación y promoción del patrimonio…
Dicho de otra manera: imagínese que la Iglesia, todo lo que supone la Iglesia, cerrara en España durante una semana. No en un país en desarrollo, sino en nuestra super-laica piel de toro. Miles de españoles dejarían de comer o de vestirse, decenas de miles dejarían de ir al colegio y la universidad, centenares de miles no tendrían un apoyo y una compañía humana en la enfermedad y las dificultades. No se trata de convencer a nadie, sino de mirar los datos y ser honestos con la realidad.
A la vez, un puñado de hombre y mujeres, más de 10000, entregan su vida al silencio, la meditación y la oración. Son los monjes y monjas de clausura, miembros esenciales de la misma Iglesia que echa cuentas a pie de calle. Son el necesario ancla que evita que los cristianos nos convirtamos en una ONG o un movimiento político, más o menos indignado. Son los que, con su vida y testimonio, nos recuerdan la importancia de Dios, y así sostienen las razones y la certeza del misionero, el médico y el profesor cristianos. Sin la vida contemplativa no habría Caritas, ni Manos Unidas, ni parroquias, ni iglesia a la que acudir.
Ésta es la fuerza que cambia la sociedad: la única que da sentido a una vida escondida pero despierta en el corazón del mundo, a la vez que se ocupa de las mil necesidades de las personas que lo habitan. Atención, y todo esto sin necesidad de acampar en ningún sitio, ni de insultar a los políticos, ni de indignarse contra nadie. Sin perros ni flautas. Desde el silencio de un claustro al dolor de un hospital; desde la fidelidad de un hábito al ajuste de las cuentas para llegar a más personas necesitadas. Eso sí es un movimiento del 15-M, pero que empezó hace 2000 años, y sigue cambiando el mundo en el siglo XXI.

Pablo Martín Pascual

No hay comentarios:

Publicar un comentario