Buenos días, Ávila:
Estos días, asisto atónita a una imagen que, por más que se repite en nuestras televisiones, no deja de sorprenderme. Debido a la ya bautizada como “crisis del pepino”, muchos agricultores están viendo perjudicado su modus vivendi. Sus frutas, verduras y hortalizas no encuentran salida alguna en el mercado, y toneladas de alimentos están echándose a perder cada día. Pues bien, ni cortos ni perezosos, comienzan a tirar a la basura todo ese exceso de producción. Víveres aún en buen estado que, como no pueden vender, prefieren deshacerse de ellos.
Una imagen que me recuerda a la de hace unos años en nuestra querida Ávila, cuando, por una protesta que seguramente tenía sólidos argumentos, se derramaron en el lienzo norte de la muralla miles de litros de leche, que corrían colina abajo ante la mirada atónita de todos cuantos pasábamos por allí en ese momento.
Me da verdadero dolor de corazón ver cómo se desperdicia impunemente tal cantidad de comida, cuando a nuestro lado, muy cerca de nosotros, hay quienes matarían por una milésima parte de todo ello. Personas que sufren, que no tienen nada que llevarse a la boca. Intento ponerme en su piel y ver cómo reaccionarían ellos ante tal espectáculo. Sencillamente lamentable.
Señores agricultores: comparto sus quejas, sus preocupaciones y lamentaciones. Pero les propongo una cosa: ¿por qué, en vez de tirar toda la producción que no pueden llegar a exportar, no ceden esos alimentos a organizaciones caritativas para que lo distribuyan entre los más necesitados? No es demagogia: es solidaridad. Inténtenlo. Muchos se lo agradecerán.
Auxi Rueda
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